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Crónicas de Gensokyo - La redención de la Matavampiros [Touhou y Castlevania] 19 5 6655

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Creado por:
#1
08 Nov 18 Angelivi
@Fpt_leyenda @Mandrake @Rin-na 

 
"¿Crees en el destino? ¿Que hasta los poderes del tiempo pueden ser alterados por un propósito? (…)
En la vida hay tinieblas, mi niña, pero también hay luces. Y tú eres la luz de toda luz."
Bram Stoker, Drácula


La humanidad vive a salvo en su reino de luz, embriagada por la felicidad brindada por la ignorancia. Pues donde hay luz, hay oscuridad. Y donde hay oscuridad, germina el mal. En las tinieblas viven seres monstruosos, sedientos de sangre; son amenazas que acechan desde las sombras, enemigos de los humanos: son vampiros.

Las entrañas de la Tierra están infestadas por el mal, estas tierras son conocidas como Transilvania, el Reino de los Vampiros. Desde su lúgubre castillo, el conde Drácula, antaño llamado Vlad III Tepes, lidera a su ejército de las tinieblas con el fin de acabar con la humanidad. No obstante, la humanidad no está indefensa, posee un escudo: el clan Belmont.
Desde el año 1094, el clan Belmont ha enfrentado las hordas del conde Drácula en pos de la humanidad; pero no fue hasta el año 1476 cuando el joven Trevor Belmont derrotó a Drácula empuñando el legendario látigo Matavampiros. La humanidad celebró su victoria, se habían salvado.

Pero el mal siempre habitará en la oscuridad y la oscuridad jamás puede ser destruida, solo puede ser menguada. Cien años después de la victoria de Trevor Belmont, Drácula volvió a la vida. Así, la disputa entre el reino de los hombres y el reino de los vampiros se repetiría cada cien años, siempre con la victoria de los Belmont.

No obstante, esta guerra no podía ser eterna. Un hombre llamado Nostradamus predijo que en el año 1999 un gran eclipse sería visible en el mundo entero, y este eclipse traería el terror sobre la humanidad con la última resurrección del conde Drácula. Nostradamus había pronosticado el fin de la humanidad.

Estamos en el año 1999. La humanidad ha reunido los restos de las familias cazavampiros, castigadas por la fatiga de más de 500 años de guerra. Apoyado por la familia Morris, Julius Belmont es el último miembro de su clan, es la última esperanza de la humanidad. 

Pero los designios del destino quisieron postrar sus ojos en una muchacha de pelo plateado. Una muchacha olvidada por su raza que defendería una causa ya olvidada...
I
—… y cuando exterminamos al último ente maligno la cuarta cadena se disolvió. Allí estaba, frente a nosotros, la pintura que acabaría con la humanidad. Con nuestros corazones henchidos de valor, Jonathan y yo nos internamos en el mural. En su interior nos esperaba el infame vampiro Brauner.

—¿Y cómo le derrotasteis?

—Fue una dura batalla, Brauner combinaba las artes vampíricas con las demencias que invocaba desde sus diabólicos cuadros; pero con la tenacidad de Jonathan con la Matavampiros y el apoyo de mis conjuros Brauner no fue rival para nosotros.

—¡Oooh! ¡Debíais de ser muy poderosos!

—Lo éramos, mi niña. Pero has de saber que el mal nunca descansa, la derrota de Brauner no fue el final de la batalla. Cuando fue derrotado…

—¿Maestra Aulin?

Un hombre corpulento interrumpió el relato justo cuando llegaba a su clímax. La anciana miró al hombre, su atuendo de cuero con remates de plata mostraba los distintivos del clan Belmont. Era el heraldo que anunciaba la llegada del héroe. Posó su vista cansada en la niña que reposaba en su regazo, absorta por la historia de la que acababa de ser arrancada. Le dedicó una amarga sonrisa y respondió al caballero.

—¿Ya ha llegado sir Julius Belmont?

—Así es. Julius Belmont y la familia Morris esperan su presencia.

—Está bien. Diles que ahora mismo voy.

—Maestra Aulin.

Con una reverencia, el heraldo dejó a la anciana y a la niña a solas. La pequeña de pelo plateado la miró decepcionada.

—¿No vas a contarme el final?

—Lo siento, pequeña. Me temo que ya no va a poder ser. La humanidad me necesita. Oh cielo, pero no te preocupes. Tu hermano conoce la historia. Cuando acabe la reunión pídele que te cuente el final.

—¡De acuerdo, abuela Charlotte!

Satisfecha, la joven de 15 años bajó de su regazo y se marchó de la cabaña despidiéndose con una sonrisa. No era tan pequeña para ser tratada tan infantilmente, pero toda la familia Morris la trataba con excesivo cariño, no por su extrema dulzura, ni por su impecable educación. Ella era especial.

Las circunstancias de su nacimiento fueron singulares. Bañada por la luz de la luna, el vástago de la familia Morris nació bendito. Su pelo era plateado, su piel era pálida como la nieve que cubría el Cáucaso. Eran señales divinas, un regalo de los ángeles. Su destino era erradicar a los vampiros, todos estaban seguros: había nacido una leyenda. Fue bautizada con el nombre de Ariene; Ariene Morris, la estaca de plata que se clavaría en el corazón de las tinieblas.

Tras Ariene salió su abuela, la ilustre Charlotte Aulin. A paso quedo Charlotte se dirigió a la cabaña principal, donde todas las cabezas de familia la esperaban para debatir la estrategia que usarían en la batalla final. Ariene se quedó rondando por los alrededores de la cabaña principal, jugueteando con las huellas que iba dejando en la nieve.

Al entrar, Charlotte pudo ver a todos los presentes en la reunión. Empezando por su izquierda estaba el famoso héroe de la prestigiosa familia Belmont, Julius Belmont. A la temprana edad de 19 años ya se había ganado su fama como cazador de vampiros. Definitivamente, la sangre Belmont era especial. Enfrente suya se sentaban William Morris y su hijo, Albert. Padre e hijo tenían muchas similitudes: ojos azules, barbilla prominente, nariz delgada y pelo rubio. Pero ninguno superaba la belleza del pelo plateado de la menor de los Morris. Mirarles le hacía recordar a su querido Jonathan. Habían pasado tantas aventuras… Qué cruel destino le tenía reservado el futuro, el mismo que tendría toda la humanidad si no detenían a las hordas de Drácula.

—Ya estamos todos, pues. Acabemos prestos y saldremos cuanto antes a poner fin esta locura —el joven Belmont mostraba un entusiasmo jovial propio de su edad, pero Charlotte temía que fuese demasiado impulsivo.

—Comparto tus inquietudes, sir Julius Belmont, pero hay cosas que han de prepararse antes de partir a la batalla. Una mente ciega es tan inefectiva como una espada roma —Julius se incomodó por las palabras de la anciana—. Veo que seremos tres… —aunque Albert asistiría a la reunión, él no participaría en la batalla por orden de su padre. Cuando contó a todos los presentes reparó en un quinto asistente encapuchado del que no se había percatado, y eso le dio mala espina—. Perdón, cuatro. Seremos cuatro combatientes. ¿Qué opciones tenemos?

—¿No está claro? ¡Obraremos como lo hemos hecho siempre! Irrumpiremos en el castillo y lo recorreremos hasta dar con el cubil de esa alimaña. Los Belmont siempre han vencido contra las huestes de Drácula y esta no será la excepción —Julius Belmont mostraba una seguridad capaz de elevar la moral del soldado más cobarde, pero Charlotte no estaba complacida por esa resolución.

—Esta vez es distinta. Las profecías señalan que esta será la resurrección definitiva de Drácula. No podemos derrotarle con los métodos convencionales, podríamos fracasar. Hemos de destruirle definitivamente, para siempre.

—Por eso tenemos un aliado más —Julius señaló al hombre encapuchado que no se había pronunciado hasta ahora. El hombre se descubrió el rostro. La sorpresa fue generalizada, Charlotte incluso pudo oír la aguda ovación de la pequeña Ariene, posiblemente saciando su curiosidad a través de algún agujero del entablado de la cabaña—. Su nombre es Adrian Fahrenheit Tepes, también conocido como Alucard.

Sus rasgos no daban lugar a duda: el pelo blanco, la piel lechosa, esa mirada muerta y los colmillos prominentes propios de un vampiro. Era el hijo del mismísimo conde Drácula.

—¡Imposible! ¡El enemigo entre nosotros! En nombre de Dios, ¿qué blasfemia es esta? —William Morris se levantó de la silla y echó mano a su espada de plata. Charlotte le indicó con un movimiento que se sentará y William la obedeció sin protestar.

—Tengo conocimientos de que antaño un miembro cercano al conde Drácula traicionó a su especie y colaboró en su destrucción… Pero jamás habría pensado que se trataba de su propio hijo.

Julius iba a hablar, pero Alucard se adelantó. Su voz era serena, firme, y fría como el témpano.

—Hace 500 años ayudé Trevor Belmont en su batalla contra mi p… —se mordió el labio, un vivaz hilo rojo de sangre brotó por su labio y se relamió— el conde Drácula. Hace 200 años volví a colaborar con los Belmont desmantelando el ardid del brujo Shaft que había estado controlando a Richter Belmont. Si con ello consigo librar al mundo de la tiranía de mi padre, lucharé una tercera vez junto a los Belmont.

Hubo unos instantes de silencio. Charlotte estaba sorprendida, había pasado toda su vida luchando contra los vampiros, pero nunca había visto en un vampiro tanta humanidad como la que acababa de mostrar Alucard. Tenía dudas respecto a un hombre que había traicionado a su raza y a su padre; pero por alguna razón, esa convicción le agradaba más que la imprudencia del Belmont. Opinión que no compartía su hijo.

—¡Es inaudito! ¿Cómo podemos fiarnos de un ser capaz de traicionar a su propia especie? ¡Sigue siendo un vampiro! ¡Se alimenta de nuestra sangre! ¡Toma a nuestras mujeres!

Las ofensas de William no hicieron mella en la impasividad del vampiro. No era la primera vez que sentía el desprecio de los humanos, de aquellos a los que intentaba proteger.

—Alucard ya ha demostrado en el pasado su lealtad hacia la humanidad. No hay motivos para sospechar de él ahora. Necesitamos todos los aliados posibles para esta batalla y, desde luego, Alucard es un aliado del que no podemos prescindir —Charlotte sonrió por las palabras cabales de Julius, se preguntó si en el fondo estaría siendo seducida por una idea audaz pero insensata.

—Considero que lo mejor sería que Alucard nos prestase su fuerza para apoyarnos en estos tiempos oscuros. El enemigo será más fuerte que nunca y nosotros tenemos que serlo aún más. ¿Alguna objeción, William?

—Ninguna. Espero no tener que arrepentirme…

—En ese caso doy por finalizada la reunión. Mañana al alba partiremos al castillo de Drácula. Cuando lleguemos buscaremos un punto de entrada. Descansad, camaradas. Bien esta podría ser nuestra última noche.

Todos los presentes se levantaron al mismo tiempo y se dirigieron a sus respectivos aposentos. Cuando Charlotte se levantó, miró hacia donde intuía que estaría su pequeña espía. Efectivamente, pudo entrever un par de ojitos cenizos parpadeando al otro lado del muro. Charlotte hizo como si no la hubiese visto y, escondiendo su sonrisa, habló en voz alta.

—Las niñas que se acuestan tarde son devoradas por los vampiros.

Cuando salió de la cabaña comprobó que la espía había abandonado su posición. Al fin y al cabo es una buena niña, pensó Charlotte. Estaba a punto de entrar en su casa cuando oyó una discusión apagada. Reconoció las voces de William y Albert Morris. Entrar ahora interrumpiría la conversación, aguantar un poco el frío valdría la pena por tal de descubrir las inquietudes familiares.

—Por favor, padre. Déjame ir contigo. Ya tengo 18 años, he estado entrenando mucho. He matado a varios vampiros. Estoy listo para enfrentarme a Drácula.

—No, no lo estás. Las huestes de Drácula no tienen nada que ver con esos vampiros menores. Tu misión es proteger a la familia, mantener el legado. No dejes que el apellido Morris muera. Tu madre y tu hermana dependerán de ti cuando yo no esté.

—Padre, no…

—Albert, sé maduro. Estamos hablando de Drácula. Aun si conseguimos vencerle nada nos garantiza que salgamos vivos. Ya me he hecho la idea de que no os volveré a ver.

—Padre…

—Por eso no quiero que el último recuerdo de mi hijo esté difuminado por tus lágrimas. Por favor, déjame recordarte con una sonrisa. Quiero recordar por qué lucho…

Desde el interior se escuchó un sollozo. Charlotte se apoyó en su burdo bastón y se sentó en un banco cercano. Quizás tendría que esperar un poco más… El viento arreciaba cada vez más, cuanto más entraba la noche más gélidos se volvía el aire. Este es el clima ideal para los vampiros, la baja visibilidad es perfecta para sus cacerías. Mañana se enfrentarían al vampiro más peligroso de todos. Incuso con la ayuda de Alucard, ¿serían capaces de vencer? Tenía un extraño presentimiento, algo le decía que en el castillo de Drácula les esperaba un destino que ninguno imaginaría.

Una sombra perturbó sus pensamientos. Charlotte se levantó, miró a los lados. ¿De dónde provenía? ¿Serían los vampiros? ¿Se iban a adelantar a sus planes? Preparó un hechizo por si acababa siendo atacada, pero la presencia no se mostró. La oscuridad trae malos augurios, era mejor entrar ya en casa. Debía descansar mientras pudiera.

Las ruedas del destino ya habían comenzado a girar, pero había un engranaje que aún estaba suelto. Había una pieza a la que el destino tenía preparado un papel muy, muy distinto. La pequeña Ariene había sido descubierta por el sagaz ojo de su abuela, se preguntaba lo perspicaz que habría sido cuando era joven. Desde luego, sus historias tenían que ser ciertas. Lo que no sabía era hasta que punto eran ciertas. Siempre había oído a su abuela relatar historias de vampiros, y ahora que había visto uno en directo era totalmente distinto a lo que se había imaginado. ¿Dónde estaban los rasgos monstruosos? ¿La desenfrenada sed de sangre? Ese tal Alucard había destruido toda imagen que tenía de los vampiros, y causar semejante conmoción en una niña de su edad implicaba despertar su más profunda curiosidad. Si seguía a ese vampiro podría aprender más sobre ellos.

Se dirigió en dirección a donde había ido Alucard, pero no pudo dar más de tres pasos antes de ser descubierta.

—Ah, ah. Jovencita, ¿no le enseñaron modales en su casa? Hay que hacer caso a los mayores. Acabará siendo devorada por los vampiros.

Era una voz nueva para ella. Al darse la vuelta vio a un distinguido hombre alto de atuendo extravagante. Vestía una chaqueta roja, una camisa negra abotonada, un ajustado pantalón blanco y llevaba una chistera. Del cinto le colgaba una espada, un florete en particular. Tenía una melena rubia que le llegaba hasta los hombros y lucía con orgullo un hermoso bigote de caballero. Fuese quien fuese, no debía de ser de la zona.

—Oh, hablo de modales ajenos cuando no cuido los míos. Monsieur Saint Germain, para servirla —el sujeto hizo una exagerada reverencia con chistera incluida—. Qué buen momento he escogido para hablar contigo. Podría haber vuelto para venir después, pero no es buena idea jugar con el tiempo. ¿Sabe?

Ariene no entendía ni una palabra de lo que estaba diciendo ese señor. Estaba a punto de responder, pero el caballero intervino de nuevo.

—Claro, entiendo. ¿Cómo podría una niña entender de paradojas temporales? En fin, vayamos al grano. El tiempo no es algo que sobre… ¿No hace mucho frío aquí?

Con un chasqueo de dedos el frío cesó. No, no se trataba del frío. El aire había dejado de soplar, Ariene podía tocar las inmóviles partículas de nieve que flotaban a su alrededor. Iba a preguntar cómo había hecho eso, pero Saint Germain se adelantó a sus pensamientos.

—Bonito truco, ¿verdad? Es más práctico cuando están a punto de quitarte la vida, pero también es útil en estos momentos. Por favor, sentémonos. No querrás hablar todo el rato de pie, ¿verdad?

Ariene afirmó con la cabeza y ambos se sentaron en algún banco, no sin antes que Saint Germain retirase la nieve que cubría su parte de banco. El caballero sacó un reloj de arena y después de escrutarlo durante unos valiosos segundos, lo volvió a guardar.

—Bien, veamos. Eras… esto… ¿Ariel?

—Ariene.

—Discúlpame, no soy bueno con los nombres. Verás, quería hablar contigo de algo importante, pero no soy tan bueno con los niños como con los adultos. Estas cosas ya son difíciles de explicar a los que comprenden como para hacérselo entender a los que no comprenden —la niña no daba señales de estar entendiendo demasiado, así que decidió continuar lo mejor que pudiese—. A diferencia de los mortales normales, yo poseo una habilidad especial. Puedo ir allá y acá sin tener que ser este allá o aquel acá. Básicamente conozco las cosas que sucedieron y las que están por suceder.

Esta parte sí pareció que Ariene lo entendiese para esperanza de Saint Germain quien siguió explicando.

—La voluntad del destino ha querido que este conflicto acabe con un giro un tanto inesperado. No puedo detallar los sucesos o lo que sería dejaría de ser, pero lo que sí puedo decir es lo que debo decir pues así se pensó hacer. Tu destino no se encuentra en este país, ni siquiera en este continente. Me atrevería a decir que apenas comparte la misma realidad, pero allí estarás, sin falta. Formarás parte de un encantador futuro, aunque por desgracia tendrás que pasar antes por un sombrío bache. Pero eres fuerte, lo sé porque te vi. Podrás superarlo.

Ariene estaba empezando a preocuparse, apenas podía entenderle, pero había algo que no le gustaba.

—Sé que es todo muy repentino, entiendo tu confusión. Pero no te preocupes, tengo un obsequio para ti —de su chistera sacó lo que parecía ser un reloj de bolsillo de plata. El relieve estaba muy recargado y en su interior podían verse doce números en romano. Ariene no sabía hasta qué punto ese reloj estaba relacionado con el Londres victoriano—. Este es un reloj especial, permite detener el tiempo a voluntad. Claro que tampoco se puede hacer de la nada. ¿Sabes que no es la primera vez que entrego este reloj? Bueno, en realidad fue ese reloj pero era otro reloj. Detalles nimios. El caso es que estos relojes solo pueden ser dominados por aquellos con una sangre especial… como la de los Belmont —en este punto Saint Germain volvió a despertar el interés de la niña.

»Aunque un pajarillo me ha dicho que no tienes sangre Belmont pura. ¡Y por eso eres especial! ¡El destino te depara grandes cosas, niña! Tu destino se encuentra junto a aquello que más odias, es tu deber ser el puente de dos razas en guerra, ser un ejemplo de convivencia racial. ¡Y nunca serás consciente de ello! Formarás parte de la hermosa tierra que ellas están forjando. ¡Así me lo pidió esa mujer! —de pronto Saint Germain pareció darse cuenta de algo y sacó de nuevo su reloj de arena—. ¡Santo cielo, qué tarde se ha hecho! Me encantaría quedarme un rato más charlando, pero me temo que tengo un asuntillo que solucionar con cierto invocador de demonios inocentes. De todas formas he hablado más de lo que debería, espero que el tiempo sepa perdonarme —en ese momento el caballero se levantó y abrió una especie de portal dorado—. Ha sido un placer hablar con vos, mademoiselle Use adecuadamente mi obsequio. Bon voyage!

Nada más irse, la nieve reanudó su descenso y el viento invernal volvió a azuzarla. Era la experiencia más rara que había tenido, pero en el futuro se encontraría con individuos aún más particulares. Mientras volvía a casa no dejó de mirar el precioso reloj de bolsillo que aquel caballero le había regalado. Desde aquel momento, jamás se separaría de aquel reloj.
#2
08 Nov 18
(08 Nov 18)Angelivi escribió: Con nuestros corazones henchidos de valor, Jonathan y yo nos internamos en el mural.

Será que mi emoción no me está jugando en contra? Promete!!!
 
(08 Nov 18)Angelivi escribió: Las ruedas del destino ya habían comenzado a girar, pero había un engranaje que aún estaba suelto.

Creo que escuché esto antes.... Puede decirse que entendí la referencia?
 
(08 Nov 18)Angelivi escribió: de su chistera sacó lo que parecía ser un reloj de bolsillo de plata. El relieve estaba muy recargado y en su interior podían verse doce números en romano.

Oh my god! Oh estoy loco o este será la mejor historia combinando vampiros vs humanos???
PROMETE X1000000000000

Si tuviera que ponerle un nombre sería una buena mezcla de 4 buenos titulos reconocidos <3
Esperaré ansioso
"En un mundo donde las palabras no significan nada, y todos piden por acciones, mi persona ha decidido serle inútil a un mundo donde los hechos no suelen ser mejores que las ideas"
 
-Orgulloso miembro del Club Gensokyo-
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#3
09 Nov 18 Angelivi
@Fpt_leyenda Siento tener que admitir que en realidad no hay ninguna referencia a JoJo's Bizarre Adventure en este relato. Todos los personajes que aparecen aquí son personajes sacados de la saga Castlevania, a excepción de tres personajes inventados: William Morris, Albert Morris y Ariene Morris.

Jonathan Morris es, junto con Charlotte Aulin, el coprotagonista del juego "Castlevania - Portrait of Ruin", creo que lo has confundido con Jonathan Joestar. Aunque este primer acto da a entender que toda la historia girará en torno a los Belmont y su batalla final contra Drácula, dista mucho de la realidad. Más bien es un largo preámbulo para presentar la familia Morris y dar comienzo a la verdadera historia, pues nuestra protagonista es Ariene Morris. Esta es su historia.

Os avisaré cuando tenga el segundo acto.
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La fantasía se nutre de nuestros sueños, mientras sigamos soñando la fantasía pervivirá.
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#4
09 Nov 18
(09 Nov 18)Angelivi escribió: @Fpt_leyenda Siento tener que admitir que en realidad no hay ninguna referencia a JoJo's Bizarre Adventure en este relato. Todos los personajes que aparecen aquí son personajes sacados de la saga Castlevania, a excepción de tres personajes inventados: William Morris, Albert Morris y Ariene Morris.

Jonathan Morris es, junto con Charlotte Aulin, el coprotagonista del juego "Castlevania - Portrait of Ruin", creo que lo has confundido con Jonathan Joestar. Aunque este primer acto da a entender que toda la historia girará en torno a los Belmont y su batalla final contra Drácula, dista mucho de la realidad. Más bien es un largo preámbulo para presentar la familia Morris y dar comienzo a la verdadera historia, pues nuestra protagonista es Ariene Morris. Esta es su historia.

Os avisaré cuando tenga el segundo acto.

Leyenda HYPE DESSINTENSIFIES 6-6

Bueno XD Seguro estará bueno a su manera.... Aunque hubiese sido tremendo ver en algún momento una JoJoReferencia XD
Un Crossover entre Castlevania, JoJo´s, Touhou y Hellsing hubiese sido la gran hostia, y quizá con más titulos del genero vampiro

Estaré esperando el capitulo 2 XD
Esta vez espero emocionarme por razones correctas sajuasjuas
"En un mundo donde las palabras no significan nada, y todos piden por acciones, mi persona ha decidido serle inútil a un mundo donde los hechos no suelen ser mejores que las ideas"
 
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#5
09 Nov 18
Aunque no conozco todas las referencias
¡Me ha encantado! >.<
Como ya te comenté, me gusta mucho tu forma de redactar historias y la forma en la que narras hace que me sea muy fácil y grato el leer.
Esta historia en particular me ha dejado muy intrigada ^^ ~
Espero con ansias la continuación~
Fue genial, casi sentí como si estuviera en el lugar donde ocurre la historia, cómo si pudiera ver todos los hechos en primera persona ~
​​​​​​​Tengo muchas ganas de saber lo que le depara la historia a la chica owo
"Estás perdido en el laberinto del tiempo. Y el problema más grave es que tú no tienes ganas en absoluto de encontrar la salida."
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Corazón ~Gracias a @Muffet  por esta hermosa firma de Shiro que de verdad me encanta ^^ ~ Corazón
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 Gracias @Aguess  ^^
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#6
10 Nov 18
Ha estado excelente tu primer capitulo el cual puede notarse la presentacion y la dedicacion que le pusiste. Me hizo recordar a algunas historias similares que he visto con anterioridad. Espero que sigas adelante con tu proximo capitulo, suerte!
#7
10 Nov 18
Hasta antes de empezar la lectura, imaginé que las protagonistas serían las hermanas Scarlet, jaja. Tengo que sacarme la idea de la cabeza de Angelivi=100%Touhou, aunque está difícil eh xD

Me gustó mucho! La forma en que lo fuiste desarrollando, las palabras usadas, los pasajes descriptivos, todo le da un contexto sombrío y de misterio ideal para la temática. Guardo mucho interés por vampiros, ocultismo y temas oscuros relacionados, así que acá hay otro fiel lector.

A esperar la continuación <3
#8
11 Nov 18 Angelivi
II
—¡Uaaaaah! —Albert Morris se abalanzó hacia delante propinando un tajo en vertical con todas sus fuerzas con su espada de plata.

La pequeña Ariene bloqueó su ataque, pero la fuerza que había usado su hermano fue demasiado para ella y se le resbaló la espada de los dedos, la espada plateada que había recibido hacía una semana por su cumpleaños. Albert le apuntó con su arma, le estaba rozando la punta de la nariz.

—Se acabó el juego, enana. Estás muerta.

Ariene apartó suavemente la espada de su cara y le echó una mirada de desprecio.

—Es la primera vez que combato, ¿por qué me has estado golpeando tan fuerte? Además, esta espada pesa mucho…

—Es cierto que una espada de plata pesa algo más que una de hierro, pero solo la plata podrá defenderte de los vampiros —Albert envainó su espada y le dedicó una sonrisa burlona—. Creo que madre debería haberte regalado una espada de juguete, es más apropiado para ti, enana.

—¡Deja de tratarme como una cría! Ya tengo 16 años y…

—Y aún te quedan dos años para ser mayor de edad. Aún no podrías ser desposada, sigues siendo una cría. Una cría que no puede sostener una espada. —Albert se rió de su hermana. Le encantaba chincharla a todas horas y, con los nuevos entrenamientos, las oportunidades de burla se habían multiplicado considerablemente.

—Ariene, hija mía, no dejes que Albert te ponga nerviosa. A tu edad Albert no era demasiado diestro con la espada, y eso que ya llevaba un año practicando con vuestro padre —Rose, la madre de los dos Morris, les había estado observando toda la hora que habían estado entrenando. Aunque al principio no le pareció buena idea regalarle una espada a su pequeña Ariene, acabó aceptándolo por el entusiasmo con el que Ariene había recibido su regalo de cumpleaños. Y como madre, se sentiría más tranquila sabiendo que su hija también podría defenderse sola, sobre todo ahora que la aldea estaba más vulnerable.

—¡Madre! —Albert se sonrojó al quedar en evidencia delante de su incordiosa hermana menor. ¿Por qué le había tocado entrenarla a él? ¿Es que no había otro instructor en toda la aldea? Si su padre estuviera aquí no tendría que estar desperdiciando el tiempo con Ariene y podría pasar más tiempo cortejando a esa moza pelirroja de la que se había encaprichado desde hace un mes.

Ariene no estaba satisfecha con el resultado del duelo, cogió su espada y volvió a ponerse en posición. Albert suspiró al ver que la condena se prolongaría. Era la primera clase y ya estaba odiando a su hermana más que en toda su vida.

—¿Aún no has tenido suficiente, enana? Me podría pasar todo el día dándote una paliza tras otra, pero tengo cosas mejores que hacer.

—Quizás si me enseñases algo no tendríamos que estar tanto tiempo viéndonos las caras —a Ariene tampoco le caía demasiado bien su hermano. Pensaba que era un engreído, solo por ser cuatro años mayor que ella. Muchas veces soñaba con que ella era la mayor y era quien molestaba a su hermano. Por mucho que se odiasen, su madre sabía que en el fondo se querían mucho.

—Una cabezota como tú jamás podría aprender nada…

—Anda, Albert. Sé bueno con tu hermana. Seguro que hay una cosa que otra que serás capaz de enseñarla —regañó Rose. Albert gruñó en respuesta, pero no podía negarse.

—Está bien… Mira, enana. Ya que no tienes mucha fuerza intenta poner los brazos así y retira un poco la pierna izquierda. Si dejas caer tu peso sobre ella puede que tu espada no salga volando.

Ariene siguió las órdenes de su hermano y se puso tal como le había indicado. Albert ejecutó el mismo golpe que antes y sucedió exactamente lo mismo, la espada de Ariene regresó al suelo. La chica estaba por dejarlo, quizás era verdad que jamás sería tan buena con la espada como su padre.

—Otra vez —Albert la miró seriamente. Su actitud era muy distinta, estaba siendo más firme. Al fin la estaba tomando en serio.

Ariene sonrió y recogió la espada. Volvió a la posición que le había enseñado y repitieron el movimiento una y otra vez. El sonido del choque de espadas hacía eco en la silenciosa tarde. A pesar de las horas, la aldea de Wygol estaba desierta. La mayoría habían marchado a luchar contra el conde Drácula y los que se habían quedado —mujeres, ancianos y niños— preferían quedarse en casa por el intenso frío que parecía no abandonar nunca aquellos parajes. Rose observó el entrenamiento de sus hijos durante la otra hora que permanecieron espada arriba, espada abajo. Les recordaba a aquellos días en los que William entrenaba con Albert. ¿Qué habrá sido de él? Desde que marcharon no hubo una sola noche que no hubiese rezado por su seguridad.

El sol se escondió por el horizonte cuando las fuerzas de Ariene la abandonaron. Su primera lección había sido muy intensa, había sido exactamente como esperaba. Estaba tan agotada como satisfecha.

—Ya está bien por hoy. Para ser una enana tienes mucha energía —Albert guardó su espada, escondiendo el orgullo que sentía por tener una hermana con un talento que no tenía ninguna otra niña de la aldea.

—Lo habéis hecho genial, hijos míos. Como recompensa os voy a hacer el mejor estofado que hayáis probado nunca. Os quiero en casa en una hora —Rose se levantó del banco desde el que los había estado observando y, sacudiéndose un poco de nieve del vestido, entró en la cabaña de los Morris.

—¡Sí, madre! —respondieron los dos al unísono.

Albert y Ariene se fueron por caminos separados. Albert aprovecharía esa hora libre para hacerle una visita a su querida Nicoleta, quizás hoy conseguiría robarle su primer beso. Ariene, por su parte, tenía planes muy distintos. Corrió con su espada en el cinto hasta el árbol caído al que había acudido todas las tardes desde su encuentro con aquel caballero misterioso. No estaba muy lejos de su casa, había calculado que estaría como a unas tres cabañas de distancia; pero como estaba escondido entre dos montículos de nieve era difícil de localizar, por eso se había convertido en su escondite secreto.
Nada más llegar, depositó la espada de plata a un lado del tronco caído y miró a su interior hueco. Dentro había un nido de mirlos cobijándose del eterno frío. Mamá mirlo alzó la cabeza para vigilar que su visitante no hiciese nada peligroso para sus tres regordetes polluelos. Ariene amaba a los animales, no era muy frecuente encontrarlos en la tundra en la que vivían. Extrajo del bosillo un puñado de semillas que había acostumbrado a traer. Los polluelos salieron tímidamente del nido y picotearon ansiosamente del montón de semillas. Ariene los contempló ensoñada mientras comían.

Cuando salió de su embobamiento recordó la razón por la que solía venir aquí, que no significaba que no le importasen los mirlos, pero aquella fue la razón por la que casualmente se hiciese amiga de esa familia de mirlos. Sacó el reloj de plata que le regaló Saint Germain y lo abrió. Sabía que ese reloj tenía algo de especial, no solo porque aquel caballero lo hubiese dicho, lo sentía. Siempre que habría ese reloj, los engranajes retumbaban en su cabeza y sentía que el mundo se retorcía a su alrededor.

“Permite detener el tiempo”, dijo Saint Germain en su momento. ¿Sería eso verdad? Ariene estuvo probando a diario activar ese poder de mil maneras posibles, pero nunca fue capaz de hacer nada fuera de lo común. Hubo una vez que sintió como si hubiese capturado un segundo del universo, pero fue tan rápido como un pestañeo. Ariene estaba segura de que si lo intentaba todos los días, tarde o temprano conseguiría dominar su poder, al igual que con su espada.

Sujetó el reloj con las dos manos, se lo acercó al pecho y cerró los ojos, concentrándose. Quizás tenía que pensar en algo especial para activarlo. Pensó en su hermano y en su madre. Abrió los ojos. No funcionó. Cerró los ojos y volvió a concentrarse. Esta vez pensó en su padre, enfrentándose a los vampiros, luchando con valor para protegerlos a todos. Volvió a abrir los ojos. Nada. Ariene suspiró, hoy tampoco hubo suerte.

—¡Ariene! ¡Albert! ¡Ya está lista la cena! ¡Venid! —oyó la voz de su madre en la distancia, seguramente mientras estaba asomada por la ventana.

¿Tanto tiempo había pasado ya? Cuando estaba en su escondite secreto se le pasaba el tiempo volando. Se levantó, guardó el reloj, recogió su espada y volvió a casa, ignorando que si hubiese abierto los ojos mientras pensaba en su padre abrió visto a la estática mamá mirlo suspendida en el aire mientras intentaba echar el vuelo.

Ariene, Albert y Rose estaban sentados alrededor de la mesa, cada uno con un suculento guiso de conejo y verduras tentándoles a que los devoren. Una columna de humillo ascendía desde los platos, la comida casera recién hecha era lo mejor, y esta vez su madre lo había hecho con todo su amor, lo que haría de él el mejor plato del mundo. Los tres comieron en silencio, sin derramar ni una gota del suculento manjar sobre el mantel tejido por su abuela Charlotte.

Eran las diez de la noche cuando terminaron de cenar. Albert se tiró un eructo que sonó aún más por el silencio que reinaba la casa. Rose le echó una mirada de culpabilidad, le costaba mucho inculcarles modales, sobre todo a Albert. Después de ese pequeño incidente cotidiano, pasaron un tiempo en silencio. Fue Ariene quien habló primero.

—Espero que padre esté bien.

Albert y Rose la miraron. Compartían la misma preocupación que ella.

—Seguro que estará sano como un roble. Ya conocéis a vuestro padre, es demasiado tozudo como para que unos vampiritos le impidan volver a probar uno de mis estofados. Seguro que cualquier día le vemos entrar por la puerta.—Rose lo dijo intentando mostrar plena seguridad, pero ella misma era la primera que temía todo lo contrario. Albert pensaba lo mismo, pero estaba harto de que su madre siguiese dándoles falsas esperanzas.

—Madre, sabes que nunca volverá. El castillo entero desapareció con ellos. Se los ha tragado el eclipse, han muerto todos. Debemos afrontarlo. Padre nos ha salvado de los vampiros, pero ya han pasado cuatro meses desde entonces y no hemos recibido ninguna noticia de ellos desde entonces.

Ariene se quedó desconcertada. Su madre siempre le había dicho que papá volvería pronto y así lo creía. Era la primera vez que su hermano hablaba del tema, no sabía que Albert fuese tan pesimista.

—Pero la abuela Charlotte está con ellos, seguro que todos están bien…

—Ariene, Charlotte también habrá muerto.

—¡Albert! —gritó Rose. Hablar de ese tema le ponía de los nervios, y que su hijo fuera tan franco no ayudaba.
Albert miró con furia a su madre, se levantó golpeando la silla adrede y se fue a su habitación. Rose miró al suelo apesadumbrada, Ariene aún estaba procesando lo que acababa de decir su hermano.

—Mamá…

—Cariño, vete a la cama, por favor —no había enfado en su tono, tampoco había tristeza. En realidad no había nada, fueron palabras ausentes de fuerza, sonidos que carecían de vida.

Ariene obedeció a su madre. Se metió en la cama y trató de dormir, pero sus preocupaciones no la dejaban descansar. ¿Sería verdad que su padre había muerto? Un mes después de que el grupo de cazavampiros partiera al castillo de Drácula, recibieron la noticia de que todo el castillo había desaparecido junto con el eclipse que Nostradamus predijo. Nadie sabe qué fue de todos los que quedaron atrapados en el interior del castillo. Muchos aseguraron que Drácula ha sido derrotado definitivamente, otros opinaban que solo consiguieron que quedase atrapado en el eclipse y por eso los cazavampiros se sacrificaron para salvar a la humanidad. También había rumores de que algunos han conseguido escapar. Un comerciante que pasó por la aldea aseguraba que viajó junto con Julius Belmont en estado de amnesia, aunque en aquel momento no le reconoció. Aquello había traído esperanzas a los Morris que se quedaron en la aldea, pero no fueron más que rumores. William Morris jamás volvió a casa.

Ariene rezó en silencio por poder ver de nuevo a su padre. Al final, entre rezo y rezo, la pequeña de cabellos plateados se quedó dormida mientras de fondo se oían los llantos de su madre.

Aquella noche Ariene soñó. Fue un sueño extraño. Estaba dentro de una mansión y a pocos metros delante suya había una vampiresa vestida de rosa. La miraba fijamente con unos penetrantes ojos escarlata. Temió aquella mirada, la vampiresa también temía a aquella muchacha. Ariene se dio cuenta de que empuñaba en una mano un látigo y, en la otra, su reloj de plata. En su sueño luchaba con la vampiresa, ella le hablaba; no sabía qué le decía, sus palabras no sonaban.

Las dos se impulsaron al mismo tiempo para la arremetida final y cuando chocaron… El mundo se desmoronó. La vampiresa desapareció junto con la mansión. Ahora estaba en un prado, jamás había visto un lugar tan verde. A lo lejos distinguía una enorme montaña sobrevolada por una manda de cuervos. Unas niñas aladas jugueteaban a orillas de un cristalino río. Era un paraíso… Y entonces la vio. Flotando sobre ella, portando un parasol, una dama de cabellos dorados y vestido púrpura la observaba orgullosamente como una reina contemplando a sus súbditos.

—Ella ya ha deseado vuestro destino. Ahora despierta… Sobrevive —dictó la mujer.

Ariene despertó súbitamente. Alguien había dado un alarido. Era muy tarde, estaban a plena noche. ¿A qué venía ese alboroto? Se levantó todavía aturdida por el extraño sueño y corrió a la ventana. Miró aterrada las llamas que se propagaban por la aldea. La gente corría despavorida, huyendo de sombras que descendían en picado sobre ellos. Entonces los reconoció: aquellas sombras eran ni más ni menos que vampiros. Desde que su padre había dejado la aldea no habían vuelto a atacarles, pensaban que ya se habían deshecho de los vampiros para siempre. ¿Es que nunca se terminaría la pesadilla?

Pero no podía quedarse ahí, su madre y su hermano también estaban en peligro. Se vistió todo lo rápido que pudo, cogió su espada y su reloj de plata y fue a la habitación de su hermano.

—¿Albert? ¡Albert! —Ariene le llamó, pero no estaba allí. Debía haber salido.

Su madre tampoco estaba en su habitación. Quizás estarían a salvo, seguro que su hermano estaba ahora mismo protegiendo a los demás. De pronto, un vampiro se estrelló contra la ventana. Los cristales estallaron, uno de ellos le hizo un corte en el brazo, pero eso era lo de menos. El vampiro bufó furioso nada más verla. Era horrible, sus facciones estaban desproporcionadas, tenía unos ojos saltones inyectados en sangre, mostraba unos prominentes colmillos sucios y su cuerpo estaba cubierto por una delgada capa de vello.

Ariene huyó del vampiro, que se abalanzó para intentar devorarla. Consiguió escapar de la casa por los pelos, recibió en el hombro un arañazo; pero lo importante es que salió con vida. Por desgracia, la situación fuera de casa era mucho peor: una bandada de vampiros sobrevolaba la aldea, cayendo esporádicamente sobre las desafortunadas víctimas a las que les mordían el cuello y les chupaban toda la sangre.

La aldea de Wygol era un caos. Estaba rodeada de fuego y sangre, el rechinar de las espadas y los disparos de los revólveres de plata se mezclaban los desgarradores gritos de los aldeanos. Sin embargo, Ariene solo pensaba en su madre y en su hermano. Corrió por la aldea buscándolos desesperadamente.

—¡Mamá! ¡Albert!

Mientras corría se encontró con una niña con la que había jugado varias veces. Se alegró de ver una cara conocida, si iba con ella había más posibilidades de poder encontrar a su familia. O eso pensaba, sin tiempo para poder decir palabra alguna, un vampiro agarró a la niña y la mordió en el acto. Ariene se quedó paralizada, la situación la había superado, estaba aterrorizada. Se derrumbó y rompió a llorar. No podía más, iban a ser devorados por vampiros. Podía notarlos sobre ella…

Entonces sonó un desagradable sonido acompañado por el alarido de una bestia.

—¡Ariene! ¡Gracias a Dios! Estás viva…

Ariene abrió los ojos. Era su hermano, acababa de salvarle la vida. Jamás había estado tan feliz de verle.

—¡Albert! ¡Al fin te encuentro! —Ariene miró a su alrededor—. ¿Dónde está mamá?

—Se ha refugiado en la iglesia con el resto de supervivientes. Ve tú también. ¡Vamos!

—Pero… ¿y tú? ¿No vienes?

—No, yo me quedaré a luchar con los demás. Mi deber es protegeros a todos. ¡Vamos, Ariene, vete ya!

—¡No! ¡Me quedaré a luchar contigo! ¡Para esto hemos entrenado!

Ariene desenvainó su espada y se preparó para el combate. Un vampiro se abalanzó hacia ella, intentó golpearle con la espada pero sus movimientos eran demasiado lentos. Albert se interpuso entre ella y el vampiro y lo mató atravesándole la espalda.

—¡Ariene, no seas idiota! ¡Aún no estás preparada!

—¡No pienso abandonarte! Me quedaré contigo hasta el final.

Los vampiros se estaban agrupando en el cielo. Albert se puso muy nervioso, no podía luchar con los vampiros y proteger a su hermana a la vez. Albert cogió a Ariene del cuello de su camisa y la tiró lo más lejos que pudo.

—¡Idiota! ¡Te he dicho que te largues! ¡Escóndete y no salgas hasta que todo acabe!

—Pero Albert…

—¡Que te vayas! ¡¡¡Ya!!!

Albert se defendió de un par de vampiros que habían aterrizado sobre él. Ariene sabía que no podría ayudarle, quería estar con él pero entendió que lo único que estaba haciendo era estorbarle. En contra de lo que le hubiera gustado hacer, salió corriendo en dirección a la iglesia.

Ariene corrió con todas sus fuerzas por toda la aldea, mientras a su alrededor se desarrollaba la matanza. Estaba a punto de llegar a la iglesia, pero se encontró con que la calle estaba cortada por los escombros de una casa derrumbada. Ya no podía llegar a la iglesia. ¿Qué iba a hacer ahora? ¿Dónde podría esconderse? En ese momento recordó el único lugar donde podría estar a salvo: en su escondite secreto. Estaba lo suficientemente retirado de la aldea y oculto como para evitar que los vampiros le prestasen atención. Si llegaba allí con vida, quizás sobreviviría.

Se dio media vuelta y corrió hacia su escondite. Por el camino vio a los aldeanos enfrentándose a las criaturas de la noche, pero no vio a su hermano entre ellos. No podía volver a pararse para buscarle, su hermano le había pedido que se escondiera. Iba a hacerlo, iba a conseguirlo, iba a sobrevivir…

Pero sus esperanzas se esfumaron a poca distancia de su escondite. Un grupo de vampiros la rodeó, cubriendo cualquier ruta de escape. Estaba atrapada… No podía ser, estaba tan cerca de conseguirlo, solo un poco más y habría estado a salvo. Pero no se rendiría, Ariene era valiente. Tenía miedo, mucho miedo; pero no podía morir ahora, no podía fallarle a su hermano. Desenvainó su espada y colocó sus brazos y sus piernas tal y como Albert le había enseñado. Lucharía hasta el final.

Sintió un calor intenso en su espalda. Un vampiro había arañado su espalda y estaba a punto de elevarla para devorarla. Ariene blandió la espada con las dos manos y con un giro lento golpeó al vampiro que se alejó herido. La pequeña sonrió por su primer golpe exitoso, pero antes de que se diera cuenta otro vampiro se abalanzó contra ella y la golpeó con tal fuerza que salió despedida contra el muro de una cabaña.

Ariene estaba tendida en el frío suelo níveo teñido por su sangre. Los vampiros se acercaban poco a poco. Iba a ser devoraba, definitivamente moriría allí. Intentó coger su espada, pero estaba demasiado lejos. Lo había intentado con todas sus fuerzas, pero los vampiros fueron demasiado para ella. Su muerte se acercaba lenta pero inexorablemente. Miró a su alrededor: el fuego devoraba la aldea, aquellos que luchaban con los vampiros estaban siendo aniquilados, toda esperanza que quedara se había ido. Ese era el caos que traían las huestes de las tinieblas. Contemplando el caos que la envolvía encontró a su lado, clavado en la nieve, el reloj de plata. Lo cogió y se lo puso en el corazón como había estado haciendo los últimos meses. Después cerró los ojos por última vez mientras pensaba en su familia.

—Lo siento mamá, papá… Y Albert. Os he fallado a todos, no he podido sobrevivir. Lo siento…

Estaba acurrucada esperando su inminente muerte. No veía nada, no oía nada, se había sumergido en el limbo. ¿Esto es lo que se sentía al morir? En el insondable silencio oía los latidos de su corazón… ¿Su corazón? No es posible, si estaba muerta su corazón no podía latir. Ariene abrió los ojos, entonces lo comprendió todo.

Se levantó costosamente, estaba muy herida pero por alguna razón ya no sangraba. Echó un vistazo a los vampiros. Estaban a un metro de ella, pero no se movían, estaban totalmente paralizados. Pero no solamente eran ellos, los aldeanos no se movían, ni las llamas, ni la nieve que había estado cayendo. El mundo se había parado: había detenido el tiempo.
Andó lentamente hacia su escondite. Tenía la sensación de estar paseando por un museo lleno de estatuas, ni siquiera podía oír el crujir de la nieve por sus pisadas. Irónicamente, parecía un fantasma entre los humanos y los vampiros. Era escalofriante. Cuanto más avanzaba más agotada estaba. Sentía como si el reloj estuviese drenando todas sus fuerzas.

Al fin llegó a su escondite secreto. Si se metía en el tronco estaría a salvo, solo tenía que entrar al tronco hueco. Pero antes de esconderse vio una cara conocida. Era un caballero de atavío estrafalario con una chistera y un bigote inconfundibles: era Saint Germain.

—Temía que no lo consiguieras. Has tardado más de lo normal. Pero el tiempo nunca se…

Antes de que pudiese terminar la frase, Ariene se desmayó delante del tronco y el tiempo prosiguió su marcha.

—Mon Dieu! ¡Qué inesperado! Debería estar escondida… Esta línea temporal va mal, muy mal. ¿Debería intervenir? —Saint Germain se quedó reflexionando delante del cuerpo inconsciente de Ariene, ajeno a los gritos que se oían desde la aldea—. Creo que no será necesario, los vampiros estarán saciados dentro de poco. Este pequeño desliz se reparará enseguida. Sí, estoy seguro. Solo me pregunto a qué se debe esta variante. ¿Será por mi conversación? ¿Quizás se trate de mi propia existencia que ha distorsionado la historia? En fin, yo solo sé que soy un mero observador. Me encargaron darte ese reloj y eso he hecho. El resto es cosa tuya. Arienette, eres una chica muy especial. Te deseo mucha suerte.

Saint Germain se marchó satisfecho por su trabajo. Y así, la peor noche de la aldea de Wygol terminó…
 
***

Ariene despertó. Le dolía todo el cuerpo. No sabía cuánto tiempo había estado durmiendo. La familia de mirlos revoloteaban a su alrededor, debían de haber estado durmiendo sobre ella mientras estaba inconsciente. Alzó la vista, el cielo estaba nublado, la nieve caía como ceniza. Se arrastró hacia la aldea. Las casas estaban quemadas, los escombros se esparcían por todos lados. Las calles estaban salpicadas de cadáveres humanos y de vampiros. La roja sangre se fundía con la nieve. La aldea estaba muerta, ni siquiera los pájaros se atrevían a cantar en aquel aciago día.

La niña vagó por la aldea. Necesitaba ir a la iglesia, tenía que saber si Albert y su madre habían sobrevivido. Tardó bastante en cruzar toda la aldea, a pesar de que no era demasiado grande. Cuando estaba próxima a la iglesia recordó que la calle que daba a la iglesia estaba cortada por los escombros. Podría llegar dando un rodeo, pero sería un largo rodeo. Si estuviera en mejores condiciones lo habría escalado.

Después de un largo paseo cojeando llegó a la iglesia. La fachada no estaba en muy buenas condiciones, la vidriera estaba totalmente destrozada y el tejado se había derrumbado. Empujó la pesada puerta de la iglesia y… Vio un cementerio de cadáveres. Allá donde mirara solo veía más y más muertos. Todas las mujeres y niños que se habían escondido yacían inertes, tenían marcas de mordiscos en el cuello y algunos incluso estaban medio devorados. Ariene no tenía cuerpo ni para vomitar, solo tenía a su familia en la cabeza.

Avanzó por la iglesia, evitando pisar los cadáveres. A medio camino se tropezó, le costó reincorporarse. Cuando llegó a al altar observó que había varios hombres tendidos en el suelo, parecía que habían sido arrinconados y estaban protegiendo a los últimos supervivientes. Miró más allá de los últimos guardianes y encontró lo que buscaba.

Andó despacio, muy despacio. Cuando les alcanzó se cayó de rodillas y se apoyó sobre los cuerpos sin vida de su madre y su hermano. Liberó de golpe toda la tensión que había estado aguantando. Lloró, y lloró, y lloró… ¿De qué había servido sobrevivir si toda su familia había muerto? Ya ni siquiera tenía sentido seguir viviendo…

Quería que se acabara el mundo. Quería que todo hubiese sido una pesadilla. ¿Por qué tenía que pasarles eso? ¿Por qué los vampiros eran tan crueles? Todo era por su culpa, ellos habían destruido la aldea, ellos habían matado a su familia… Odiaba a los vampiros, quería matarlos a todos…

Ariene, agarrando con fuerza la ropa manchada de sangre de su hermano, aclamó en voz alta:

—Juro por Dios que mataré a todos y cada uno de los vampiros del mundo. No descansaré hasta que todos estén muertos… ¡Muertos! ¡¡¡Muertos!!!

Dios escuchó su plegaria y bendijo a aquella niña que lloraba entre los muertos. Aquel día nació la mayor cazavampiros de la historia. Aquel día nació una leyenda.
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La fantasía se nutre de nuestros sueños, mientras sigamos soñando la fantasía pervivirá.
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#9
13 Nov 18
(11 Nov 18)Angelivi escribió: Unas niñas aladas jugueteaban a orillas de un cristalino río. Era un paraíso… Y entonces la vio. Flotando sobre ella, portando un parasol, una dama de cabellos dorados y vestido púrpura la observaba orgullosamente como una reina contemplando a sus súbditos.


Ahora sí, decime que no! Gran sonrisa

Muy bueno! Estoy seguro que a partir de este instante Ariene va a gustarme más y más.
Y tengo un mal presentimiento con cierto objeto...
#10
13 Nov 18
(13 Nov 18)Mandrake escribió:
(11 Nov 18)Angelivi escribió: Unas niñas aladas jugueteaban a orillas de un cristalino río. Era un paraíso… Y entonces la vio. Flotando sobre ella, portando un parasol, una dama de cabellos dorados y vestido púrpura la observaba orgullosamente como una reina contemplando a sus súbditos.

Ahora sí, decime que no! Gran sonrisa

Muy bueno! Estoy seguro que a partir de este instante Ariene va a gustarme más y más.
Y tengo un mal presentimiento con cierto objeto... 

Estás totalmente en lo cierto. Ariene soñó con "esa tierra". En el próximo acto encontraréis a una Ariene muy distinta...
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