Iniciar sesión Regístrate
Buscar Lista de Miembros Staff Logros

ÚLTIMA HORA

Adelanto de mi libro "Árboles azules". 2 2 1738

Participantes:
Creado por:
#1
18 Dec 16
Algunos sabrán que soy novelista, y que en 2017 publico un libro juvenil llamado "Árboles azules". A diferencia de mi primer libro, éste libro no es tan pesimista ni sangriento, sino feliz y casi infantil. Además, lo publicaré en PDF en cuanto tenga tiempo. Dejaré aquí un adelanto: 

Capítulo 1: Milagros que del alma se dan.
¡Oh, Milagros! ¡Tiempos aquellos en que tus sedosos cabellos rubios eran movidos por el dúctil céfiro del aire y tu sedosa piel reflejaba el brillo de las estrellas que recibían ímpetu para fulgurar de la misericordiosa luna! Porque gracias a ti, Milagros, sé que los milagros existen. Amiga mía de la infancia mía, quien después llegaría a ser el amor de mi vida y después, mi vida.
¡Gran hermana del alma, Alma! Que hasta tu nombre dilucida aquello en lo que perennemente pienso. Y aunque no te amé nunca de la misma manera que amé a la gran Milagros, tus energías en mí se mantuvieron y por eso, aunque el amor de mi vida tiene gran parte de mi corazón, tú tienes un tramo pequeño con el cual siempre te recuerdo. Tu fosco cabello castaño bien sujetado que no se movía ni por la más fogosa borrasca mañanera y tu espíritu indeleble fueron mi ímpetu y mi valía en los peliagudos días de mi mocedad.
¡Oh, hermano de toda la vida, Dan! Que tu improcedente nombre formula también aquello que de nosotros en tiempos añejos se habló: de aquellos lozanos que “dan” lo mejor de sí mismo, y no se rinden ante nada ni nadie que solventase en su camino zascandilear.
Ustedes tres simbolizaron los únicos amigos que tuve durante mi mocedad, y con ustedes fue la gran aventura. Yo no la protagonicé, ustedes fueron; yo solamente deponente fui, deponente cuya opinión y labor fueron pasaderamente requeridas a lo largo de la aventura que logramos vivir. ¿Cómo olvidarlo? ¡Que mi corazón y mi mente perpetúan hasta el más bizantino fragmento del relato!
Tiempos antiguos eran. Tiempos en donde la juventud no era atrapada por raras máquinas que liberaban ruidos y luces hipnotizadoras, tiempos donde jugar deportes en pastizales llanos y correr y divertirse en amigos eran obligación de aquel que quería llamarse amigo, o camarada. Ese día fue, donde nuestra aventura empezó. Y mi mente reniega de la idea de olvidar los detalles.
Estaba yo, con mi inconfundible ropa de adolescente, sucia por el uso y el desgaste, entre tres palos mal hechos que para nosotros representaba un arco de futbol, preparado con fuerza para contener el disparo el tiro de mi hermano mayor Dan, con el cual aposté unas canicas coloridas a que yo no podía detenerle su mejor penal. Y Dan aborrecía perder, y por eso él iba a hacer lo que fuere para ese gol anotarme, aun cuando yo iba a hacer todo el brío para paralizárselo.
Dan miró la pelota y luego a mí, como forjando cálculos mentales de física y gravedad los cuales solamente un científico debería hacer y no nosotros. Miró a los árboles colindantes, como ambicionando calcular la velocidad del viento, como si ello pudiese trastornar el movimiento de la pelota. Milagros y Alma miraban como Dan se preparaba para tirar la pelota, sin temor a incluso descalabrarme al hacerlo; la poderosa Alma se veía afanosa de festejar el gol con Dan dado que ambos eran magnánimos amigos y eran casi como una pareja inaudita, ¡pero mi felicidad era grande al verla a ella, a Milagros, expresando pocos sentimientos y a la vez sobrantes sentimientos de que ella quería verme detener la pelota! En dicho momento me daba igual o no las canicas que yo y mi hermano habíamos apostado, y me atañía mas quedar bien delante de Milagros.
Dan reculó levemente, quedándose a dos metros y medio de la pelota, la cual yacía estática en el pasto, esperando con total ecuanimidad a ser pateada y, quizá si el destino me lo condescendía, ser detenida por mí. Un silencio incómodo llenó todo el lugar colindante a nosotros, como si un preludio fuese de algo substancial que fuese a ocurrir. Dan entonces dio una rápida corrida en dirección a la pelota y usando mucha pujanza y brío la pateó. Reaccioné lo mejor que mis piernas y brazos pudieron hacerlo, impeliéndome en la dirección por donde la pelota iba, la cual era el extremo izquierdo del arco. Pero no pude ser más rápido que la pelota y en cuestión de dos segundos mi hermano mayor Dan fue capaz de anotarme un gol. Me sentía mal, aunque no lo suficiente como para decir que ese gol me apesadumbró el día. Me resultaba una lástima haber perdido mis canicas mas relucientes (cuyo contraste estaba a la par de diamantes azules, esmeraldas, y rubís de sangre), pero me resultaba una lástima haber quedado en el completo bufo frente a Milagros.
Mejor suerte la próxima, se mofó Alma mientras que con mi hermano saltaba y agasajaba el gol que se me había atizado. Me levanté del suelo y limpié el polvo de mi blanca camisa y mi arrugado pantalón, al tiempo que me acercaba, teniendo el corazón en la boca, a la hermosa Milagros. Fue mi mejor intento, le dije, ¡pero te prometo que la próxima, verás como detengo la pelota! Ella no contestó, pero una leve sonrisa salió de su boca mientras que miraba a mis ojos de gato pernoctado.
Fue en ese momento, a la tarde, unas horas después de haber salido de la tediosa escuela que mataba sueños, que a mi hermano Dan se le ocurrió la idea de ir al bosque Lepidus, el cual quedaba en el interior de un terreno privado, cuyos dueños murieron hace tiempo ya. Sabíamos que era arriesgado debido al enorme tamaño del bosque, y que en un dos por tres podríamos acabar perdidos en su vasto interior. Pero aparte de ellos nosotros no percatábamos ningún peligro en la idea de entrar y averiguar, sí, ahondar quizá uno o más entresijos que del bosque los niños retozones y las niñas cándidas siempre hablaban y a los jóvenes fisgoneo daba.
Aprovechando que nuestros padres estaban demasiado lacónicos en los laburos de la vida diaria, zanjamos ir hasta el bosque y empezar a escabullirnos en el interior del mismo para poder saber todos los misterios que en el interior del mismo se contenían. ¡Oh, imagináoslo! ¡Cuatro jóvenes cuyas edades no rozaban ni de lejos los 17 años (siendo Dan el mayor de nosotros y aun así teniendo 16 años apenas de vida) armándose de valor para entrar en un bosque que no había sido tocado por nada ni nadie en más de una década, y que posiblemente no hubiese sido explorado en meses por alguien! Pero ahí estábamos. Yo, mi fuerte hermano Dan, la enérgica Alma y la infaltable hermosa Milagros.
Llegamos en poco tiempo hasta las cercas de madera que dividían el interior del terreno del exterior. El aspecto demacrado de los cercados del lugar daba a entender sobrantemente que nadie había estado en el terreno en mucho tiempo ya. El primero en franquear el cercado fui yo, que entró a través de un agujero en la protección, luego mi hermano Dan, y luego los dos ayudamos a Alma y a Milagros a entrar con más facilidad que nosotros, dado que nosotros con algo de suerte ese pequeño agujero pasamos, y una vez que los dos estuvimos al otro lado, extendimos el agujero para que las chicas pasasen.
Una vez los cuatro dentro, caminamos unos pocos cientos de metros hasta la parte en el cual el vasto bosque verdoso empezaba. Milagros fluctuó al encontrarse cerca del bosque. Creo que es peligroso, dijo ella mirando hacia el lugar por el cual ingresamos deseando volver, creo que lo mejor sería volver debido a que si nos perdemos en el bosque nadie vendrá a rescatarnos. Confía en nosotros, dijo Alma con energías de sobra al tiempo que le daba palmadas en la espalda a Milagros, confía en mí y en nuestros amigos que nosotros podremos salir de esta después, agregó después.
Alma tiene razón, agregó Dan mientras se fijaba en el interior del tupido bosque, este bosque no es disímil a otros bosques en los cuales nos hayamos metido antes así que no hay por qué temer, agregó. Yo no dije nada, dado que casi siempre (y lo distinguiréis a lo largo de la historia), a lo largo de esta historia, yo solamente era un deponente y mi palabra y/o acción solamente era vista en inauditas ocasiones. Los verdaderos protagonistas de esta historia son mis amigos, y aunque sea demasiado tarde ya para decirlo, desearía haber podido ser yo el protagonista también de esta historia, aunque mi timidez e introversión no ayudaron demasiado.
Los cuatro entramos en el interior del bosque; dicho bosque, a pesar de ser muy tupido y con espacio casi nulo, parecía tener ciertos “recovecos” por así decirlos, los cuales, de manera poco clara, estaban completamente tersos y dejaban suficiente espacio como para que una o varias personas pudiesen caminar al mismo tiempo en el mismo pasillo. Pero esa ventaja era poco provechosa teniendo en cuenta que había decenas de esos caminos los cuales ensortijaban y descarriaban como si fuesen gusanos o sierpes agonizantes, aunándose con otros recovecos y haciendo que todo el bosque tuviese un galimatías titánico en su infinito profundo. Yo y Milagros manteníamos la serenidad, mientras hacíamos los cómputos precisos para recordar el camino y todos los giros desapacibles que decidíamos tomar cada vez que hubiese dos o más caminos que elegir, o cuando un recoveco atravesaba el nuestro. Pero Dan y Alma parecían guiarse por el instinto, confiando en que después ellos serían capaces de recordar el camino de vuelta a casa. Los cuatro también estábamos muy desconcertados debido a que nos parecía raro que en un bosque en el cual nadie entraba desde hace muchísimo tiempo hubiese unos pasillos tan detallados y pulcros en medio del bosque, los cuales pareciese que fuesen limpiados diariamente por alguna clase de fuerza superior o por alguna persona.
Oh, jóvenes, recuerdo la sensación de tediosos 20 minutos vagando como errantes por todo el bosque, eligiendo camino tras camino y perdiéndonos más y más. Pero recuerdo bien que, en una parte del camino, encontramos un mohoso cartel de madera clavado a un árbol robusto cerca del pasillo por el cual estábamos caminando justo en ese momento. Las palabras al principio nos parecían simples garabatos ilegibles en un idioma y letra raros, pero Milagros, la cual era la más estudiosa de toda la escuela a la que asistíamos (incluyendo estudiar un montón de cosas por cuenta propia gracias a que su padre poseía una biblioteca en la cual trabajó toda su vida), dijo que estaba en latín, y que la traducción del cartel decía “Todos los caminos llevan a Dios”. Al principio pensamos que se trataba de un mensaje que nada tenía que ver con el pasillo o cosas así, pero entonces a Milagros se le ocurrió la idea de, en vez de alternar de pasillo en pasillo como hasta entonces lo estábamos haciendo, quedarnos en un camino, fuere cual fuere, y seguir caminando por dicho pasillo hasta donde fuese a terminar. Nadie tuvo motivos para negarle tal petición a Milagros y decidimos seguí su consejo. Seguimos el mismo camino que estábamos siguiendo justo en ese momento, y de manera inverosímil, parecía que el camino nos estaba llevando hacia algún lugar, y el bosque perdía espesor minuto a minuto, como si fuésemos a llegar al destino que se nos estaba indicando.
Que bosque más inverosímil, pensé yo en el fondo de mi corazón, más raro que esto no había visto en ningún tiempo en todo el boato de mi vida. Los cuatro allí presentes nos encontrábamos hechizados por el bosque, aunque de maneras distintas. Dan y Alma parecían aventureros, deseosos de encontrar desafíos que superar, para tener atribuciones que pudiesen recordar en algún futuro lejano (que de hecho, saliéndome del recuerdo y volviendo un poco a la realidad, sí lograron, y a mucha honra). Pero yo y la hermosa Milagros parecíamos intelectuales, afanosos de saber el “¿por qué?” de todo, a diferencia de Dan y Alma, que deseaban saber el cómo, el donde, y el cuándo.
Cuatro minutos más siguiendo el largo camino hasta lo que parecía un espacio hueco en medio del enorme bosque en ese momento habíamos superado. De no haber sido por ese gran espacio llano y vacio en medio del bosque, posiblemente en ese mismo instante nosotros cuatro hubiésemos dado la vuelta y regresado a nuestras casas como si esa aventura de jóvenes nunca hubiese ocurrido. Caminamos por el enorme espacio, el cual estaba rodeado por una espesa niebla la cual nos parecía ilógica, dado que no hacía frío y estábamos a pleno sol, con calor y demás. No encontrábamos sentido a tan espesa niebla, pero más inconsecuente nos parecía que, en caso de que la niebla tuviese una explicación razonable, esta no se propagaba al resto del bosque, porque solamente en el espacio en medio del bosque se encontraba la espesa niebla que fragmentaba nuestra perspectiva.
Creí entonces, mientras con mis tres amigos estaba intentando poder avanzar a través de la prietísima niebla, oír el susurro de una delicada y angelical voz, que nos hablaba en un idioma que aunque no podía entender, me parecía que de francés se trataba. ¿Qué es esa voz que se oye?, preguntó Alma, al tiempo que intentaba vanamente mirar por la niebla, como buscando a la silueta de esa persona que nos hablaba. Pero aunque los cuatro intentamos mirar a través de la niebla, parecía que la niebla empeoraba en vez de estar mejorando. Cierto temor empezó a llenarnos, sabiendo que una niebla tan espesa podría hacer que nos desorientemos y nos perdamos en tan grande sitio.
La voz, que sonaba como la de una inocente niña con tonada aguda y alegre, nos seguía hablando pero debido a que los únicos idiomas que yo me sabía eran el castellano y el inglés, lastimosamente no podía entender las palabras que al parecer en francés nos estaba diciendo. Pero entonces, casi como una epifanía que llega en los momentos más abruptos, yo y los demás recordamos que Milagros era una políglota prodigiosa, o séase, sabía muchísimos idiomas; español, esperanto, portugués, gallego, italiano, alemán, inglés, latín y, tal como nosotros deseábamos, sabía hablar también francés. ¡Oh, Milagros; aun cuando tantas décadas han pasado de aquella época, te sigo infinitamente agradecido por habernos traducidos esas frases de tan hermoso idioma, porque yo sabía y aun sé que tu gran inteligencia y sabiduría que Dios te ha dado están a la par de tu hermoso semblante, y que, con dicha inteligencia, nos ayustaste en el pasado de tantas maneras diferentes!
¡Es francés, es francés!, exclamó Dan, tras escuchar durante unos segundos la voz de la niña. Él, como era de esperarse, se volteó a Milagros y le preguntó qué era lo que la chica estaba diciendo. Ella se silenció por unos segundos, agudizó su mente y prestó atención a las palabras que la niña estaba diciendo. Entonces nos dijo que ella nos estaba recitando un mensaje, y que lo estaba repitiendo una y otra vez. ¡Oh, recuerdo cada tilde y cada jota que dijo Milagros al traducir la frase!
Así iba: “Llegan nuevas personas, ¿ellos qué querrán? ¿Querrán herir los milagros que en este bosque hay? ¿Querrán amenazar la paz que desde décadas en este lugar hay? Ojalá que así no sea, y que estas personas sepan apreciar lo que sus ojos verán si tienen la fe que falta hace. Sus ojos están ciegos, no pueden ver lo que tienen frente a sus narices. Pero si prometen que tendrán fe, verán.”
¿Y eso que significa?, exclamó Alma, algo irritada ya por no entender el verdadero contexto de la prosa en francés. Entonces la voz de la niña exclamó algo, ahora con más insistencia. Milagros dijo que decía “tengan fe, ¡díganlo!”. Los cuatro no sabíamos que decir, o hacer, ante tal demanda de alguien que no podíamos ver. Entonces Milagros exclamó algo en francés, mirando en la dirección de donde proveía la voz de la niña. Repitan conmigo, nos dijo ella, al tiempo que volvía a mirar en dirección de la voz, al tiempo que volvía a repetir la frase. Nosotros tres, aun no sabiendo que significaba la frase, o por qué deberíamos decirla, decidimos decirla de todos modos, para apoyar a Milagros. La frase no nos salía con ese acento típico de los franceses, e incluso nos costaba decirla, pero procurábamos imitar lo que de la boca de Milagros salía. Tras repetir la frase unas 10 veces, parecía que la niebla se disipaba y de a poco podíamos ver más hacia nuestro alrededor. Eso nos motivó a decir la frase con más energías, con más valor, y con más insistencia. Pronto la niebla estaba disipada casi por completo. En ese momento tomamos una pausa para dejar que nuestras bocas y nuestros pulmones se recuperaran de tales gritos que dimos. ¿Qué significa lo que acabamos de decir?, le preguntó Dan a Milagros. ¡Oh, aun recuerdo cuando ella dejaba escapar una sonrisa, mientras nos decía que esa frase en francés significaba “nosotros tenemos fe”!
Pero, ¡oh, la felicidad que nos llenó al ver lo que frente a nuestros ojos estaba, una vez que la niebla se había retirado de nuestra presencia y nos dejaba observar lo que tan anhelosamente de nosotros parecía querer intentar ocultar! ¡Maravilla caída del cielo al ver árboles azules, puros de cualquier suciedad o corrupción, frondosos y perfectos, todos juntos, en frente de nosotros! Estaban justo en medio del bosque. Eran unos 50 de esos árboles, debajo de ellos no había árboles más pequeños o arbustos, como en el resto del bosque ocurría, sino que debajo de ellos solamente había un pasto celestino, de color como el cielo, que parecía irradiar luz por cuenta propia, y cuya altura era poca, casi nula. Curiosamente, los árboles parecían dejar espacios suficientes entre sí, a tal punto que nosotros podíamos pasar entre medio de varios de ellos sin sentir la molestia necesidad de intentar caminar de la misma manera que al hacerlo en caminos estrechos y sinuosos; no, podíamos caminar con total fluidez entre esos 50 perfectos árboles azules.
Maldito sería yo si dijese que no nos maravillamos al extremo de soltar exclamaciones a grandes voces mientras caminábamos con libertad entre medio de esos árboles, porque sería una vil mentira y, al mismo tiempo, un pecado grave contra Dios. Caminamos en medio de esos bosques, apreciando con todo nuestro ser lo que nuestros ojos estaban viendo.
Los troncos de esos árboles eran normales, como los de cualquier otro árbol, con la excepción de que eran de color algo blanco, con colores similares a los de la nieve, o del cristal, y el aspecto de la corteza era como la de vidrio finamente pulido, pero al tocarlo se sentía como ordinaria madera. Las hojas parecían estar hechas de diamante azul refinadamente pulido, y con una sensación de ser considerablemente frágiles, pero cuando toqué una e intenté doblarla, me di cuenta que era más difícil que lo que yo había pensado. Intenté arrancarla para poder tenerla en la palma de mi mano pero no pude debido a que la hoja parecía no querer ceder. Pero aun así, como si fuese una coincidencia casual del destino, el viento quitó una hoja de uno de los árboles, que, como si fuese un milagro, cayó justo en mis manos, al tiempo que yo extendía la palma para agarrarla.
En ese momento escuchamos de nuevo una frase que parecía oírse del aire. Pero esta vez ya no era de la misma niña que antes con voz inocente nos había hablado. Esta vez sonaba como la voz de una mujer joven, de posiblemente unos 30 años y además, nos parecía sonar en otro idioma. Milagros reaccionó al oír eso y rápidamente nos dijo a todos que esta vez la voz hablaba en alemán. ¿Y qué nos dice?, preguntó Dan, mientras prestaba también atención a la voz de la mujer. Milagros contestó, al tiempo que aclaraba la voz: Lo que nos dice es “aprécienlo, son milagros que del alma se dan”.
丹尼尔
다니엘
دانيال
ដានីយ៉ែល
දානියෙල්
ડેનિયલ
डैनियल
דניאל
ダニエル
Даниил
แดเนียล
#2
21 Dec 16
Wow! Impecable tu escritura y también envidio tu creatividad. Pude imaginarme todas las escenas.
Me encantó el juego de palabras con los nombres durante el desarrollo.
#3
22 Dec 16
(21 Dec 16)Mandrake escribió: Wow! Impecable tu escritura y también envidio tu creatividad. Pude imaginarme todas las escenas.
Me encantó el juego de palabras con los nombres durante el desarrollo.

Gracias buen amigo mío.
丹尼尔
다니엘
دانيال
ដានីយ៉ែល
දානියෙල්
ડેનિયલ
डैनियल
דניאל
ダニエル
Даниил
แดเนียล
Participantes:
Creado por:


Salto de foro:


Usuarios navegando en este tema: 1 invitado(s)